viernes, 27 de mayo de 2016

Llamados a ser el Padre de la Parábola del Hijo Pródigo: Más lecciones de misericordia

"Queridos hermanos y hermanas:

La parábola del Padre misericordioso nos muestra la lógica de la misericordia de Dios. Esta marca su modo de actuar con los hombres, abre nuestros corazones a la esperanza y nos devuelve la dignidad de hijos de Dios. La lógica de la misericordia usada por el padre es muy distinta a la lógica usada por los dos hijos de la parábola, pues el hijo menor, sumido en la tristeza, pensaba merecer un castigo por los pecados cometidos, mientras que el hijo mayor, presumiendo de estar siempre con el padre, esperaba una recompensa por los servicios prestados. 

Tanto el uno como el otro necesitaban experimentar la misericordia, por eso el padre invita a ambos a hacer fiesta, pues la lógica de la misericordia no entiende de premios o castigos, sino de acoger a todo el que necesita de misericordia y perdón, y de que todos vuelvan a ser hermanos. Precisamente en ver a los hijos juntos y reconociéndose como hermanos consiste la alegría del padre."


Para leer más:


viernes, 20 de mayo de 2016

¿Diaconisas?

Publicado en El Mundo del viernes 13 de mayo de 2016

Francisco inicia el camino para que las mujeres puedan ser diaconisas
http://www.elmundo.es/sociedad/2016/05/12/57348c0aca4741b3098b4606.html

Mamá es Diaconisa
http://www.elmundo.es/sociedad/2016/05/13/5735a028e2704e10488b4664.html

El regreso de las diaconisas de la Iglesia primitiva
http://www.elmundo.es/sociedad/2016/05/12/5734b72f468aeb7d2a8b4573.html

jueves, 12 de mayo de 2016

El Papa Francisco consuela y nos da pistas sobre cómo acompañar el sufrimiento


Discurso completo del Papa Francisco en la “Vigilia para enjugar las lágrimas”

2016-05-05

Hermanos y hermanas:

Después de los conmovedores testimonios que hemos oído, y a la luz de la Palabra del Señor que ilumina nuestra situación de sufrimiento, invocamos ante todo la presencia del Espíritu Santo para que venga sobre nosotros. Que él ilumine nuestras mentes, para que podamos encontrar palabras adecuadas que den consuelo; que él abra nuestros corazones para que podamos tener la certeza de que Dios está presente y no nos abandona en las pruebas. El Señor Jesús prometió a sus discípulos que nunca los dejaría solos: que estaría cerca de ellos en cualquier momento de la vida mediante el envío del Espíritu Paráclito (cf. Jn 14,26), el cual los habría ayudado, sostenido y consolado.

En los momentos de tristeza, en el sufrimiento de la enfermedad, en la angustia de la persecución y en el dolor por la muerte de un ser querido, todo el mundo busca una palabra de consuelo. Sentimos una gran necesidad de que alguien esté cerca y sienta compasión de nosotros. 

Experimentamos lo que significa estar desorientados, confundidos, golpeados en lo más íntimo, como nunca nos hubiéramos imaginado. Miramos a nuestro alrededor con ojos vacilantes, buscando encontrar a alguien que pueda realmente entender nuestro dolor. La mente se llena de preguntas, pero las respuestas no llegan. La razón por sí sola no es capaz de iluminar nuestro interior, de comprender el dolor que experimentamos y dar la respuesta que esperamos. En esos momentos es cuando más necesitamos las razones del corazón, las únicas que pueden ayudarnos a entender el misterio que envuelve nuestra soledad.

Vemos cuánta tristeza hay en muchos de los rostros que encontramos. Cuántas lágrimas se derraman a cada momento en el mundo; cada una distinta de las otras; y juntas forman como un océano de desolación, que implora piedad, compasión, consuelo. Las más amargas son las provocadas por la maldad humana: las lágrimas de aquel a quien le han arrebatado violentamente a un ser querido; lágrimas de abuelos, de madres y padres, de niños... Hay ojos que a menudo se quedan mirando fijos la puesta del sol y que apenas consiguen ver el alba de un nuevo día. Tenemos necesidad de la misericordia, del consuelo que viene del Señor. Todos lo necesitamos; es nuestra pobreza, pero también nuestra grandeza: invocar el consuelo de Dios, que con su ternura viene a secar las lágrimas de nuestros ojos (cf. Is 25,8; Ap 7,17; 21,4).

En este sufrimiento nuestro no estamos solos. También Jesús sabe lo que significa llorar por la pérdida de un ser querido. Es una de las páginas más conmovedoras del Evangelio: cuando Jesús, viendo llorar a María por la muerte de su hermano Lázaro, ni siquiera él fue capaz de contener las lágrimas. Experimentó una profunda conmoción y rompió a llorar (cf. Jn 11,33-35). El evangelista Juan, con esta descripción, muestra cómo Jesús se une al dolor de sus amigos compartiendo su desconsuelo. Las lágrimas de Jesús han desconcertado a muchos teólogos a lo largo de los siglos, pero sobre todo han lavado a muchas almas, han aliviado muchas heridas. Jesús también experimentó en su persona el miedo al sufrimiento y a la muerte, la desilusión y el desconsuelo por la traición de Judas y Pedro, el dolor por la muerte de su amigo Lázaro. Jesús «no abandona a los que ama» (Agustín, In Joh 49,5). Si Dios ha llorado, también yo puedo llorar sabiendo que se me comprende. El llanto de Jesús es el antídoto contra la indiferencia ante el sufrimiento de mis hermanos. Ese llanto enseña a sentir como propio el dolor de los demás, a hacerme partícipe del sufrimiento y las dificultades de las personas que viven en las situaciones más dolorosas. Me provoca para que sienta la tristeza y desesperación de aquellos a los que les han arrebatado incluso el cuerpo de sus seres queridos, y no tienen ya ni siquiera un lugar donde encontrar consuelo. El llanto de Jesús no puede quedar sin respuesta de parte del que cree en él. Como él consuela, también nosotros estamos llamados a consolar.

En el momento del desconcierto, de la conmoción y del llanto, brota en el corazón de Cristo la oración al Padre. La oración es la verdadera medicina para nuestro sufrimiento. También nosotros, en la oración, podemos sentir la presencia de Dios a nuestro lado. La ternura de su mirada nos consuela, la fuerza de su palabra nos sostiene, infundiendo esperanza. Jesús, junto a la tumba de Lázaro, oró: « Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre» (Jn 11,41-42). Necesitamos esta certeza: el Padre nos escucha y viene en nuestra ayuda. El amor de Dios derramado en nuestros corazones nos permite afirmar que, cuando se ama, nada ni nadie nos apartará de las personas que hemos amado. Lo recuerda el apóstol Pablo con palabras de gran consuelo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? [...] Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8,35.37-39). El poder del amor transforma el sufrimiento en la certeza de la victoria de Cristo, y de la nuestra con él, y en la esperanza de que un día estaremos juntos de nuevo y contemplaremos para siempre el rostro de la Santa Trinidad, fuente eterna de la vida y del amor.

Al lado de cada cruz siempre está la Madre de Jesús. Con su manto, ella enjuga nuestraslágrimas. Con su mano nos ayuda a levantarnos y nos acompaña en el camino de la esperanza.



Discurso completo del Papa Francisco en la “Vigilia para enjugar las lágrimas”
5 de mayo, 2016. El Papa Francisco escucha los testimonios de personas que han vivido en carne propia dolorosas experiencias.

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Jubileo: Papa reza en San Pedro con víctimas de la violencia injusta
5 de mayo, 2016. En la "Vigilia para secar las lágrimas” una madre ha hablado del suicidio de su hijo.

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viernes, 6 de mayo de 2016

El Papa predica con su ejemplo: "Querido hermano Hans"

Una vez más el Papa Francisco nos motiva predicando con el ejemplo. Muchas han sido las ocasiones en las que el Papa ha pedido a los católicos una actitud de diálogo, de apertura, de escucha. Incluso con interlocutores que pudieran manifestar diferentes pareceres.

Estos días se ha puesto de manifiesto su actitud personal de disponibilidad. El ilustre teólogo Hans Kung le escribía el pasado 9 de marzo invitándole a la apertura de una reflexión sobre el dogma de la infabilidad del Papa. Pocos días después, Francisco contestaba demostrando su interés.

Más allá del propio contenido del intercambio de cartas, queremos caer en la actitud ejemplar de Francisco que nos ilumina nuestras decisiones del día a día predicando con el ejemplo.

Señor, te pedimos para que abras nuestro corazón, que nos hagas disponibles, generosos en tiempo y calidad de nuestra dedicación. Qué sepamos llegar a tiempo. Atender, comprender y dialogar. Ayúdanos a ser cauces de diálogo, a tener puentes, a no conformarnos y a querer seguir creciendo. Danos la fuerza para ser valientes y aceptar los retos sin miedo. Adelante, siempre Adelante.

El 9 de marzo de 2016, Hans Kung publica su carta abierta al Papa Francisco:
http://elpais.com/elpais/2016/02/26/opinion/1456503103_530587.html

"Un llamamiento al papa Francisco

Seguramente comprenderá que, llegado al final de mis días y movido por una profunda simpatía hacia usted, quiera, ahora que todavía estoy a tiempo, hacerle llegar mi ruego de que se proceda a una discusión libre y seria sobre la infalibilidad"


El 27 de abril de 2016, Hans Kung hace pública la contestación del Papa Francisco:
http://internacional.elpais.com/internacional/2016/04/27/actualidad/1461711794_622587.html

"CARTA DEL PAPA FRANCISCO A HANS KÜNG

“Querido hermano Hans...”

EL PAÍS publicó una petición del teólogo al Papa para debatir libremente el dogma de la infalibilidad. El propio Küng da a conocer ahora la respuesta de Francisco

El día 9 de marzo de 2016 se publicó en importantes periódicos de diferentes países mi Llamamiento al papa Francisco rogándole que hiciera posible un debate abierto, imparcial y libre de prejuicios sobre la cuestión de la infalibilidad. Me alegró mucho recibir, inmediatamente después de Pascua y a través de la nunciatura de Berlín, una respuesta personal del papa Francisco fechada el Domingo de Ramos (20 de marzo)."