domingo, 20 de febrero de 2011

También la lluvia

Yo soy la voz de Cristo en el desierto de esta isla.
Fray Antonio de Montesinos
¿Puede una película hacer que nos cuestionemos cual es nuestro papel en el mundo y el posicionamiento de nuestra iglesia?
También la lluvia, lo hace.
Es una película que te revuelve, que te cuestiona, porque te muestra la realidad tal como es y tal como fue. La conquista española y sus desatinos, el problema de la privatización del agua, son los ejes centrales de esta película de Icíar Bollaín
Viéndola, desde la perspectiva de carisma de Nazaria Ignacia, se puede entender por qué ésta mujer tuvo la visión de fundar en Bolivia, donde la necesidad de “levantar a Bolivia de su postración” llega hasta hoy en día.
Esta mezcla un pasado que salvando la distancia, sigue siendo presente y de un presente, que desgraciadamente, se parece demasiado al pasado. Tiempo de mirar atrás y de mirar hacia adelante. Adelante, siempre ADELANTE
La conversión de Bartolomé de las Casas y la “conversión” de Costa el productor de la película, no son otra cosa que dejarse “mojar” por la realidad
Nazaria, también descubrió que era la voz de Cristo en el desierto de Oruro, se dejó “mojar por la lluvia” y calarse de la gente y del pueblo. Tan “sencillo” como “bajar a la calle”

miércoles, 9 de febrero de 2011

Carta de Enero

“Todo nuevo tiempo es una oportunidad de cambio, de nuevos horizontes”
Ese es en gran parte el sentimiento con el que finalizamos nuestra participación en el XIII Capítulo General, y en el que los laicos que representamos a los diferentes grupos y los miembros de la Obra Total aportamos nuestro granito de arena, nuestro esfuerzo y nuestra reflexión desde la forma que tenemos de mirar al mundo y desde nuestro vivir el
carisma de Nazaria Ignacia.


miércoles, 2 de febrero de 2011

Sal y Luz


José Antonio Pagola
Si los discípulos viven las bienaventuranzas, su vida tendrá una proyección social. Es Jesús mismo quien se lo dice empleando dos metáforas inolvidables. Aunque parecen un grupo insignificante en medio de aquel poderoso imperio controlado por Roma, serán «sal de la tierra» y «luz del mundo».
¿No es una pretensión ridícula? Jesús les explica cómo será posible. La sal no parece gran cosa, pero comienza a producir sus efectos, precisamente, cuando se mezcla con los alimentos y parece que ha desaparecido. Lo mismo sucede cuando se enciende una luz: sólo puede iluminar cuando la ponemos en medio de las tinieblas.
Jesús no está pensando en una Iglesia separada del mundo, escondida tras sus ritos y doctrinas, encerrada en sí misma y en sus problemas. Jesús quiere introducir en la historia humana un grupo de seguidores, capaces de transformar la vida viviendo las bienaventuranzas.
Todos sabemos para qué sirve la sal. Por una parte, no deja que los alimentos se corrompan. Por otra, les da sabor y permite que los podamos saborear mejor. Los alimentos son buenos, pero se pueden corromper; tienen sabor, pero nos pueden resultar insípidos. Es necesaria la sal.
El mundo no es malo, pero lo podemos echar a perder. La vida tiene sabor, pero nos puede resultar insulsa y desabrida. Una Iglesia que vive las bienaventuranzas contribuye a que la sociedad no se corrompa y deshumanice más. Unos discípulos de Jesús que viven su evangelio ayudan a descubrir el verdadero sentido de la vida.
Hay un problema y Jesús se lo advierte a sus seguidores. Si la sal se vuelve sosa, ya no sirve para nada. Si los discípulos pierden su identidad evangélica, ya no producen los efectos queridos por Jesús. El cristianismo se echa a perder. La Iglesia queda anulada. Los cristianos están de sobra en la sociedad.
Lo mismo sucede con la luz. Todos sabemos que sirve para dar claridad. Los discípulos iluminan el sentido más hondo de la vida, si la gente puede ver en ellos «las obras» de las bienaventuranzas. Por eso, no han de esconderse. Tampoco han de actuar para ser vistos. Con su vida han de aportar claridad para que en la sociedad se pueda descubrir el verdadero rostro del Padre del cielo.
No nos está permitido servirnos de la Iglesia para satisfacer nuestros gustos y preferencias. Jesús la ha querido para ser sal y luz. Evangelizar no es combatir la secularización moderna con estrategias mundanas. Menos aún hacer de la Iglesia una "contra-sociedad". Sólo una Iglesia que vive el Evangelio puede responder al deseo original de Jesús.  
ECLESALIA, 02/02/11.- (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).